Muchas veces habremos soñado con un momento de la historia para vivirlo, un viaje en el tiempo que nos trasladase a... ¿dónde? ¿cuando?
Supongo que cada uno elegiría uno diferente, un musulmán, budista, ateo o agnóstico, un hebreo, no escogerían trasladarse a Belén de Juda, a esa fecha precisa, que no sabemos con absoluta certeza nunca. Puede ser cuatro o cinco años antes de lo que contamos como Era cristiana. Deberíamos ser precisos en la máquina del tiempo porque de otra forma llegaríamos tarde o muy temprano. Además sería oportuno pensar en tener una profesión o una misión en aquel lugar, en el preciso momento. Lo más conveniente sería ser pastor en los alrededores.
Lo curioso es que verías a una pareja tranquila, con seguridad, certeza de que todo iba a suceder como estaba previsto, sorprendidos, felices, agradecidos. Por otro lado te encontrarías con un niño, sano, hermoso de una manera especial de mirar, en el fondo un bebé recien nacido, inocente, puro, que sonreiría o no, pendiente de su mamá. Llamaría o no la atención de forma humana, con parámetros humanos, como sólo un bebé puede hacerlo. Transmitiría algo la escena, que te haría reflexionar, mirar al cielo a abandonar la cueva, en medio del rebaño, ver una estrella inesperada que se situaba encima de esa cueva que habías visitado. Si oías una voz no estabas soñando, algo muy, muy especial estaba sucediendo.
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