sábado, 17 de febrero de 2018

Amanecer en Jerusalem, adios a los franciscanos..

La del alba era cuando me puse a caminar hacia la puerta de Damasco, las 5.30. 
La ciudad santa vacía, sus comercios todos cerrados, buena temperatura para andar. Al llegar a la zona del Santo Sepulcro ya se ve gente. Intentamos entrar en el sepulcro, pero había misa. Fuimos a visitar la capilla de Santa Elena y debajo el lugar donde encontraron tres cruces, que al parecer era donde se depositaban los maderos horizontales, una vez utilizados. Hubo a las 6.30 una misa en latín, junto al Gólgota dentro de la basílica. Intentamos volver al sepulcro al concluir y el sacerdote griego anunció que a las 7.30 se cerraba. Fuimos los cuatros últimos en entrar, en ese minuto que te conceden dentro.
Visitamos la piedra de la deposición y ya entraba la gente a borbotones. Regresé a las 7.45 am por las calles milenarias como si nada, los comercios empezaban a abrir y los basureros recogían. creo que al final la mezcla de la realidad con lo que tu espíritu te susurra es bueno. Me dio pena dejar Jerusalem, como si dejase algo allí, algo muy valioso.
Tocaba regresar a Tel Aviv, ver la iglesia de San Pedro y el paseo junto al Mediterráneo. Dicen en Israel que Haifa trabaja, Jerusalem reza y Tel Aviv se divierte, puede que así sea. Los franciscanos, custodios de Tierra Santa si trabajan y en territorio hostil, lo han venido haciendo desde que recibieron el encargo y no tienen otro arma que su fe en preservar lo que queda y sobre todo el espíritu. 
La tradición, junto a las Escrituras y la arqueología son los tres pilares que configuran la búsqueda del lugar exacto, la piedra correcta, pero en el fondo da igual si fue unos metros más allá. Estos Santos Lugares han sobrevivido guerras, destrucción y aniquilamiento y lo curioso es  que son santos para varias y distintas religiones. Fin de la peregrinación con la esperanza de cambiar a mejor impulsado por la fuerza de simples piedras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario