jueves, 1 de mayo de 2014

La muerte y los funerales.

Ayer tuve que ir a un tanatorio. 
Se había muerto una señora de 89 años que conocí desde niño, que me regañó, que siempre fue amable conmigo, pero a la cual no he visto tantas veces en mi vida y con la que no he tenido una conversación, que no sea de tres minutos y sobre temas superficiales, preguntas o superficialidad.
Vas a presentar tus respetos por sus hijos, que resignados ven que su madre se ha ido y así ha dejado de sufrir ya que las últimas semanas, fruto de una intervención, representaron un callejón sin salida. En realidad lo que sabes de la persona que ya no está con nosotros es poco y a través de opiniones de terceras personas, que hacen más inseguro, débil  y estéril cualquier juicio.
Y en mi cabeza intento recordar los momentos mejores y las sonrisas. 
En otros países además del féretro, cerrado o abierto, depende de las técnicas, ponen fotos. A veces una foto grande, donde el difunto salga bien, que inspire recuerdos bonitos, música, una película, palabras y muchas soluciones más. Aquí en estos tanatorios, hay una sala grande donde está el cadáver, con flores, flores que normalmente no me gustan y mira que son hermosas las flores. Sillones donde la familia y los visitantes se sientan y ahora que hace calor un pasillo central al aire libre para respirar y sentarse.
Esto de morirse es también negocio para algunos, pero creo que lo adaptamos como todo a nuestra forma de ser, por muy católicos que presumamos ser, y debiendo saber que ese cuerpo ya sin vida es sólo lo visible y perecedero y lo importante es el alma del difunto, la esperanza de que esto no es sólo lo que vemos.
¿Por qué no intentamos reflejar el alma?

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