sábado, 2 de enero de 2016

Un tiro desapercibido.

Nuevo año, viejos asuntos, similares noticias y una variante en mis sueños.
Persiste en USA la carrera Trump vs Clinton sin que se asomen otros contrincantes y pensar que el resultado puede durar hasta 2020; se atenta en algún lugar del mundo; se vive el desconcierto político, atenuado por las celebraciones de las fiestas, en España y cogen a James Rodríguez conduciendo a 200 k/h en lugar de hacerlo en el terreno de juego, para poder continuar atacando al Madrid. 
De las 50 empresas más poderosas, 33 son de USA, incluidas las diez primeras, pleno total; el petróleo a la baja, China parada, Brasil sin emerger, India confusa; todo parece igual, pero mi sueño fue diferente.
Recibí un disparo en la cara al igual que Frank Serpico, no recuerdo porqué; el agujero de calibre 22 se veía perfectamente, nítido y no sangraba demasiado, más bien gota a gota.
La aventura del sueño transcurría intentando que me atendiesen; iba de un lado para otro, aparecían médicos y enfermeras, me miraban, se detenían ante mi y no hacían nada, como anestesiarme, llevarme a un quirófano e intentar extraer la bala. 
Oía que alguno opinaba que no había nada importante dañado porque sino estaría en otro estado, tampoco me daban de alta.
Yo lo veía distinto, les argumentaba que había una bala en mi cabeza, que se podía mover y tocar un punto sensible de mi cerebro, en parte estaba resignado porque mis palabras no llegaban a sus oídos.
A nadie le interesaba quién me había disparado y porqué.
Me he pasado toda la noche de hospital en hospital, viendo como mi caso era colocado en última prioridad de las urgencias, como si me hubiese hecho un arañazo en la rodilla jugando al fútbol.
Al levantarme me acordé de un grano en la mejilla que no acaba de desaparecer.
No somos nada.

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