viernes, 15 de mayo de 2020

Lluvia de azucarillos.

No pueden bailar agarrados los que sepan, no lo permite la ordenanza, Madrid sigue en fase cero el día de su santo patrono. Bailar sobre un ladrillo siempre ha sido complicado hoy es imposible con la distancia de seguridad. Mientras los responsables hacen equilibrios en la cuerda floja porque son inútiles e incapaces, de gestionar bien de dimitir. Hay mucho pañuelo blanco, gustaría devolver a los inútiles a corrales.
Madrid, Madrid,...pedazo de la España en que nací..., luego viene lo del requiebro y el chotis...canela fina, armar la tremolina...todo muy castizo, muy chuleta. Algo bueno tiene ese bicho recóndito, la polución ha disminuido, los cielos braman en primavera como en mis correrías de adolescente. Siempre me gustó la parafernalia de las tormentas, en mayo, en Madrid, mucho más, el olor a tierra mojada, los sabores. Dicen que los ruidos y truenos se asociaban a la furia de los dioses del Olimpo, esos griegos con pudor que no tenían el papo de una clase política totalmente desprestigiada. En la adolescencia, aquellos años de Camino y el señor de Vitigudino, llovía en la Isidrada, se suspendían corridas, se mojaban los toreros descalzos, Matías Prats contaba la genealogía de las cuadrillas a gente agolpada ante los escaparates de las tiendas de electrodomésticos, televisión sin colores, para contemplar un muletazo. Hoy el toro de lidia es un tipo incómodo. Precisamente hace 100 años un toro mató a José en Talavera, antes en Madrid no le habían tratado bien en la Feria del Toro. Se fue muy joven, poco le importa a mucha gente hoy, yo lo he oído en casa muchas veces, lo sentían casi como lo sintió Juan Belmonte, huérfano. Siempre he creído que los realmente buenos se van pronto, que los que estamos aquí, aferrados a nuestra fragilidad, buscamos redimirnos. La dignidad de un torero y un político no tienen nada en común.

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