martes, 23 de diciembre de 2014

Canción de Navidad de Mickey Mouse.

No puedo ponerme en la piel de aquellos que no han sido educados en las tradiciones cristianas para saber como se sienten. Supongo que en parte lo verán como nosotros pero al revés, cuando estamos en un país de mayoría musulmán, budista o judía y nos toca una de sus grandes celebraciones, con respeto.
Es curioso como las cuatro religiones del mundo tienen principios similares sobre todo el judaísmo y el cristianismo y los musulmanes consideran figuras importantes o profetas a alguno de los protagonistas. Al parecer el diablo reside en los detalles, en puntos de vista específicos, en matices que no tienen mucho que ver con el ser omnipotente y eterno que promulgan.
Ya se que me dirán que las grandes religiones son tres y son ustedes muy atinados, pero a mi me parece que hay una cuarta que gana adeptos en este mundo moderno.
No tiene esta religión sacerdotes, ni rabinos ni monjes; no hay grandes autoridades, ni concilios, ni elecciones; no escriben tratados ni libros sagrados. Es la religión del hombre moderno, que cree lo que ve, que piensa que no hay nada después de esta vida; que la religión se ha inventado por unos cuantos listillos amparados en la necesidad que tiene el hombre ordinario de consuelo, de encontrar respuestas en lo que su mente no llega a comprender; que amparado por la ciencia, la tecnología y lo que le dicen en libros y películas, en el discurso de los sabios reconocidos y venerados, después del último y definitivo fallo cardiaco llega la oscuridad, la nada.
¿Será cierto?
Este hombre moderno, que siempre ha existido y ahora se encuentra más seguro de sus opiniones, piensa que esas historias de las religiones son cuentos bonitos algunos, de niños y viejecitos, que lo real es el día a día de este mundo; que lo de la Canción de Navidad de Dickens y la versión de Mickey en Disney no deja de ser una buena película de dibujos animados.

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