lunes, 19 de enero de 2015

Enfrentarse a la muerte.

Es lo único que estamos seguros que nos va a pasar, no importa la raza, ni el origen, ni lo que hayas hecho o vivido, bueno o malo; el hombre más grande sobre la Tierra y el más despreciado tienen en común, al fina,l que se mueren.
De hecho, todos nos morimos; incluso Walt Disney se murió, aunque quedan Micky y Donald y muchos otros; lo de la posible hibernación es una película de futuro. Sin embargo nadie habla de ello o se habla porque no queda más remedio y sobre todo no te educan ni se reflexiona sobre este hecho, probablemente si reflexionásemos más sobre la muerte mejoraría nuestro comportamiento en la vida.
Los pocos sabios que en el mundo han sido lo tenían siempre en la cabeza, dándole vueltas al asunto. Claro que resulta un poco cenizo, pájaro de mal agüero, y pone triste a los de alrededor, más en este pasar de culto hedonista, superficial, donde predomina la nada del más allá y sólo parece que vale el momento. 
De pronto conoces, te enteras de alguien que tiene una enfermad sin vuelta atrás, sin solución hoy, y los sabios doctores le dicen que la cosa está complicada y algo más. Entonces esa persona escribe una carta para despedirse, para explicarse, para afrontar lo que se le viene encima, la muerte.
Y los que la leen, destinatarios o no, se quedan maravillados, asombrados, impresionados, por la sencillez, entereza; por la dignidad con que un hombre simple explica que algo pasa en el interior de su cuerpo, que hay fallos irreversibles de algún órgano, que se va a morir, en muy poco tiempo.
Se comienza a apagar la luz, hay que seguir viviendo, compartiendo cosas con otros y de pronto llega el día en que esa persona que se despidió, que afrontó con mucho espíritu su destino, se va definitivamente. 
Dejas de verla, de oírla, ya no está. 
Vuelves a releer la carta del adiós y corroboras que se cumplió el pronostico, que murió.
Y te preguntas ¿Y ahora qué?

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