domingo, 9 de septiembre de 2018

Cowboys, vaqueros, en Griffith Park

Una de las mejores cosas que tiene estar fuera de tu entorno natural es que ves que todos somos muy parecidos, porque iguales, iguales, no somos, ni con globalización ni otras gaitas. 
Hoy he ido a una fiesta de cumpelaños en Griffith park con ponys (no me han dejado montar), con el tren que da una vuelta entre pinos y tanto éxito tiene (no había sitio para mi), con la posibilidad de pintarme la cara de Batman ( no me han pintado). Esperaba encontrame a Brad Pitt (no me lo he topado) que vivía cerca con Angelina y su prole, pero me han dicho que ya son mayores.  
La fiesta era para niños/as, comenzaba a las 10.00 am y te largaban, puntualmente, a las 12 porque empezaba otra. No he bebido más que un poco de agua, he comido fruta y no he montado a caballo, tampoco había sombrero de cowboy para mi enorme cabeza, las chucherías azucaraban a casi todo el mundo, han aparecido un par de cabras para darles de comer con la mano. La tarta de cumple tenía demasiado merengue y azúcar, con indios, cowboys y diligencias para llevárselas. 
Me acordé de Bonanza, la sintonía en la tele, el olor a croquetas en la escalera de casa, el mapa ardiendo en Carson City, la Ponderosa y esos hermanos que sacaban la pistola muy rápido y se apoyaban mutuamente. La imaginación del escritor sobrevive, el niño la ve con nuevos ojos y te dan explicaciones magníficas, espléndidas de lógica y sentido común.El oeste no ha muerto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario