He conocido mi primera influencer, ella un poco harta su madre lo repetía: es influencer. La verdad es que impresiona porque no sabes como o qué pero es influencer. No me extraña que yo de mayor, a partir de ahora, quiera ser influencer. Me he quedado con su cara.
Eso es lo de malo de la gente que exhiben por una razón u otra en los medios. Llevamos mucho tiempo , con muchas caras en la retina, oyendo de Trapero, Puigdemont, cuatro gatos del procés o Belén Esteban, Matamoros, Évole, Motos, Broncano, muchos de los ciudadanos que se dedican a eso llamado política en Cataluña o huidos, o supuestamente informar y no son nada, deberían ser irrelevantes. Han destrozado Barcelona y ¿quién se acuerda del esperpento Ada Colau?
Hay algo que me pasa hace ya algún tiempo y caigo en la trampa. Hablo demasiado. estoy intentando ser observador pero quizá es que el ser humano debe hablar con su prójimo. Hablo con alguien, digamos joven, la horquilla puede llegar a los cuarenta si se cuida y tengo una sensación de contar batallas ,batallitas o historietas que nada interesan. cada uno tiene su vida, momento y toma sus decisiones. Además no es tan terrible equivocarse. Hasta puede ser sano como esos catarros propicios para leer tebeos en cama.
Conocí a alguien que falleció hace poco, le conocí hace casi 50 años, ya había cumplido los 80 como Pelosi/Biden, nunca, nunca le oí una batalla. Si contaba algo era breve, conciso al punto, de escasas palabras como Eastwood. Quizá debería intentar se así, aunque es casi arte.
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