viernes, 23 de agosto de 2013

Los visitantes II, el bar de tirso de Molina

Don Fernando, III Duque de Alba, vuelve al bar de Tirso de Molina, detectó una ensaladilla rusa con buena pinta y unos boquerones en vinagre. No sabe cuanto durará su viaje en el tiempo. Se encuentra perturbado por lo que ve y no entiende.
No cuenta con palomas mensajeras o correos a caballo. Precisa comunicarse con Alejandro Farnesio y Álvaro de Bazán, los líderes; con D. Juan de Austria, recientemente fallecido,  es imposible. Son los grandes soldados y tiene que contarles lo que ve.
La caja mágica le da pavor. A él que no conocía el miedo. La duquesa sigue en las noticias, los que hablan se declaran fans (palabra desconocida). De pronto el duque aparece en una embarcación que no es de madera, con muchas mujeres, desarmado, sin armadura (!claro! se hundiría en caso de mal tiempo), parece que los vientos son favorables aunque no den velas. El asunto trascendental es que sigue el duque sin bañarse con la duquesa. ¿ Quién será el duque de aquellos que se amontonan en tamaña barca ? El más viejo es mucho más joven que él, luego ¿sera el hijo de la duquesa del que comentan?, ¿el duque es que no se baña o habrá un extraño lío familiar ? ¿qué pasa aquí ?, no entiende nada.
La duquesa dicen que está en plena forma, expresión que no comprende, aunque parece que tampoco la comprenden algunos parroquianos que sonrien. De pronto sale el monarca español ayudado por una muletas. Se monta un follón porque en España princesas y duques no salen juntos en las fotos (otra palabrita). Lo de bañarse juntos debe ser harto importante en esta España tan avanzada. Jean Reno, como buen Sancho, se dedica a conquistar a una turista despistada y le comenta a su señor, discretamente, que mujeres que salen en la dichosa cajita, llevan las domingas al aire. De hecho las de la turista no tienen nada que ocultar y exhiben su firmeza y tamaño adecuado.
El duque concentrado en sus visiones estratégicas e intereses de Estado, no da crédito; aunque le reconoce a su escudero la calidad de ciertas protuberancias. De pronto piensa si aquello será un burdel frecuentado por la tropa. ¡El bar se llama los Tercios de Flandes!
El noble español, tan baqueteado, quiere arremeter contra la caja mágica. Instintivamente se lleva la mano a su cintura, más reconoce haber viajado desarmado. Calma su ira con una banderilla que le ofrece un gentil camarero.
 ¡Aleluya! llegan noticias esperanzadoras. ¡Anuncian que el duque ha vuelto a la playa ! qué no pasaba nada, qué el duque es un caballero.
Don Fernando atónito se dirije a la caja.
 -¡Pardiez! ¿Cómo no va a ser caballero un duque?
Y el camarero añade.
-Tiene razón el señor. ¡Marchando una de bravas !

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