domingo, 1 de marzo de 2015

El cadáver de Charlie Chaplin.

Hay muchas razones por las cuales me gusta Charlie Chaplin, desde luego la más poderosa son sus películas, sus historias y la forma de contarlas. Es una de esas personas de los tiempos recientes que me hubiese gustado conocer, realmente conocer. 
Por lo que conozco de su vida, su propia autobiografía, y anécdotas de otros, no debió ser nunca una persona con la cual la convivencia fuese fácil. 
Tuvo de todo y su última mujer creo que le ayudo mucho, con su cariño, a encontrar cierta paz y equilibrio. El motivo o la razón principal del carácter de Chaplin y sus planteamientos vitales residen en sus orígenes y el pequeño vagabundo del bigote ridículo es su obra maestra. Un mundo un tanto triste, de pobreza y penurias, de niños pasando hambre, hermosas o feas mujeres de caras sucias y la risa para abrirse camino. El resto fue vivir como se pudo.
Al parecer cuando se murió Chaplin lo enterraron en un pequeño cementerio suizo de su localidad. En Suiza, ese país tan limpio donde no pasa nada y pasa de todo.
Unos ladrones, de poca monta, tipo Horace y Gaspar, los de "One hundred and one dalmatians", decidieron robar el cadáver. Al ponerse en contacto con la familia pidieron una importante cantidad de dólares, por una ataúd de 120 kilos con los restos de uno de los genios que  en el mundo han sido.
Al final cogieron a los cacos.
De la historia me quedo con el comentario de Oona cuando se pusieron en contacto con ella para exigirle dinero: "Charlie lo hubiese considerado ridículo".
Me parece hermoso. No sólo porque yo coincida con Charlie Chaplin en que es algo ridículo pagar por una cadáver sino porque me dan ganas de felicitar al genio y decirle que su mejor obra fue encontrar a esa mujer, que no solamente le dio muchos hijos sino que llegó a saber lo que pensaba, lo que hubiese dicho en cada momento, o en casi todos los momentos.
No es común.

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