viernes, 26 de enero de 2018

Laberinto de Westminster.

Tuve la suerte de llegar a la zona de Westminster con viento y lluvia,los sombreros volaban y las estatuas de los políticos se inclinaban ante la tempestad, incluso la de Lincoln que ahí le han puesto una. No creo queTrump vaya a tener otra.
Es una zona llena de historia medieval y moderna, secretos y decisiones que afectaron a las vidas de muchos. Ahora cabalgan con el Brexit a cuestas.
Entre los recovecos de esos edificios públicos la historia guarda sus penas. También hay un café o restaurant, donde el té de por la tarde con sus scones y tartas reconforta. No es fácil dar con el lugar, te registran. En medio de la persistente lluvia ves al viejo Ben, el reloj de Peter Pan, lleno de andamios que van a darle un lifting a su fachada. Los turistas viene y van, mezclados con los que hacen política en el Parlamento o los servidores públicos que siempre hacen lo mismo. Es un terreno curioso el que piso.
Allí me encuentro con alguien que hacía ocho años que no veía, comemos y nos contamos nuestra vida. He de confesar que mi interlocutor tiene más detalles que añadir al relato, que lo hace interesante y produce gestos de vaya, vaya.
No se si es el escentrismo ingles o que la naturalidad lleva a contar las cosas. Al fin y al cabo son verdades. Quizás es que de pronto los viejos muros nos habían trasladado a intrigas que nunca acababan debidamente.

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