domingo, 20 de noviembre de 2022

Pepe el de Cádiz.

 

Siempre he confesado mi admiración por el espíritu de los jesuitas, el del siglo XVI, un voto añadido en los miembros de la Compañía, un tanto legionario, para ayudar en las cuestiones del Papa incondicionalmente y la Iglesia de Roma cuando surgían enemigos por doquier; seguramente era el momento. La iglesia de San Francisco (actualidad jesuitas del Puerto de Santa María) es de 1517, cuando no existía la orden, era un convento franciscano, con el duque de Medinaceli a la cabeza, la compañía de Jesús llega después de Mendizábal, luego los jesuitas aguantaron dos expulsiones más y hasta hoy, enemigos les sobran. El altar barroco es magnífico, allí he asistido a una misa, boda incluida, con himno nacional, salve marinera al final que ha servido para resaltar el valor, incalculabre, del amor de las madres, lo cual es justo.  Cádiz es otra cosa, otros vientos, otra vida, algo que no hay en USA aunque oigas yankees de Rota o esté Gibraltar, buen clima, vientos puñeteros, playas, y sobre todo gente alrededor de un fino, aperitivo, terraza, charla sin arreglar el mundo ni pretenderlo, sólo explicarlo un poco; toros para muchos, bailes, música y luz mucha luz. Luego llegan los banquetes, festejos, copas, charlas y ruido como son las bodas de hoy, sirve para rejuvenecer de alguna forma, o para ver lo poco que aguantas el ritmo, volviendo a ver personas que hace mucho no veías, recordar a otros que no están, que siguen vivos con sus anécdotas, el cariño del que las cuenta o la memoria que las interpreta.

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