martes, 23 de mayo de 2023

Del pasado efímero.



Mi infancia no son recuerdos de un patio de Sevilla sino de una casa, un patio lo llamabamos, de Madrid. Corría 1969 Serrat publicó su gran disco sobre los versos eternos de don Antonio. mis padres se decidieron a ejecutar una importante obra/reforma en casa, supongo que coincidencias. El niño, yo, tenía una oposición por delante, tenía que estudiar con cierto sosiego, silencio, las casas pequeñas, mucha gente, las clases por las tardes. Amablemente fui acogido en casa de nuestros vecinos, siempre muy cariñosos conmigo.Tuve que trasladarme ligero de equipaje y pensé en lo vital, libros, mi música. Nada de ordenador, móvil ipad, uno a solas consigo mismo, si radio, me llevé mis LPs y singles. Ahora que lo pienso tenía cierto gusto: Dylan, Elton, CSNY, The Animals, The Shadows, Beethoven, Mozart, Verdi, Puccini, Stones, Beatles, Baccarach, Cohen, Modugno, Bravos, Brincos, Frankie Valli and the Four Seasons, etc..., canciones de moda en la radio como O Tren, Mamy Panchita, Le Metéque, El Baúl de los Recuerdos o La Vida sigue igual; bandas sonoras " La leyenda de la ciudad sin nombre, Sonrisas y Lágrimas, My Fair Lady",  y... Serrat. Aquel chaval de 17 años estudiaba, siempre preguntándose si hacía lo correcto, oía música, leía y miraba por la ventana del patio sin poder bajar a jugar al fútbol, con alguna mosca puñetera, soñando con Jean Seberg. En aquel año, que acabó como Dios quiso, como acaba todo, me di cuenta que, sin fumar en los descansos, ya conversaba con el hombre que siempre va conmigo, mi soliloquio era plática con ese buen amigo. Me aprendí las canciones, la España de charanga y pandereta, aquel trueno vestido de nazareno, ese hombre no es de hoy ni de mañana, esa España que pasó y no ha sido..., las palabras de don Antonio daban para mucho, profundas, sin desperdicios, y en efecto no hay camino sino estelas en la mar. Se jugaba a la escoba o tute. El marinero se fue por esos mares de Dios, conoció a otros, siguió preguntándose si hacía lo correcto si servía para algo, amor a loa alamares a la sangre de los toros, al humo de los altares. La música suena ahora la misma, ya no hay ventana ni patio, sigue el hombre que siempre va conmigo presente, inmutable, y me dice que cuando llegue el día del último viaje...me encontrareis a bordo ligero de equipaje otra vez, casi desnudo, como los hijos de la mar. Sin música, silencio.

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