sábado, 30 de marzo de 2024

Oscuridad.

El Sábado Santo es un día diferente. El de aquella Pascua de Jerusalem era como otro Sabbath más, algunos habían vivido momentos muy intensos, otros sabían que el rabi de Nazareth había muerto crucificado. La gran mayoría en la incrementada población de Jerusalem descansaba conforme a sus creencias y costumbres, los romanos a lo suyo. Hoy, desde el punto de vista de un no creyente, es un día cualquiera asociado a vacaciones en el mundo occidental que trabajar, desgasta y hay que recargar pilas. Para muchos de los testigos afectados por la tragedia la sensación debió de ser de una gran soledad, ausencia total, dolor de pérdida, la reacción humana ante la muerte, definitiva, además de albergar sentimientos como odio, injusticia, incomprensión, miedo ¿Y ahora qué? se preguntarían. Cada uno en su mente haría memoria a su manera tratando de encontrar una explicación. La vida seguía. Las mujeres que le quisieron, más pragmáticas, ya pensaban en cuidar de su cuerpo debidamente en cuanto amaneciese. Mientras, aunque me parezca mentira, el mundo no se detuvo, siguieron pasando cosas, se volvió a poner el sol y salir. En estos momentos de desconcierto siempre acudo a San Pablo. Fue en el cole, un padre me recomendó una biografía de Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, que se entregó con todo el corazón, sin pamplinas, igual que había visto morir a Esteban o perseguir a esos cristianos, también fue el primero que se puso a escribir. Lo hizo todo y todo bien. Siempre me pregunté qué oiría tras lo del caballo.

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