En la parte de arriba se ve un fotograma de la película "Los Caballeros del Botón de Ancla", con don Álvaro eterno a la izquierda. L aniversario de salida, ya más de 55 años desde que mi brigada entró por Carlos I en la Escuela Naval. Mucho tiempo, muchos avatares o, como diría un marinazo, singladuras de la vida. Hoy tiene lugar una sencilla celebración en Marín, con una numerosa representación de esos mismos muchachos, ya talluditos. Agradecidos por poder estar ahí. Algunos de los iniciales ya no están entre nosotros, alguna baja significativa de última hora. Se han unido los Cuerpos Comunes que recibieron sus despachos en 1975. Cada uno sentirá algo distinto y lo mismo, ante aquellos edificios, ese aire, esas aguas, la brisa, la Ría. Para los que han vivido en ese lugar no hace falta añadir nada.
No es la misma España ni el mismo mundo, muchos cambios, evolución, no a gusto de todos, un mundo distinto ni mejor ni peor seguramente. Incluida la posibilidad de escribir estas líneas y que lleguen a todos los móviles. Mi promoción lleva el número 375 desde que eso se inició. La Historia es rotunda, son cifras altas. Aquellos mozalbetes de hoy son mayores o más mayores, se reconocen, se emocionan, se alegran, se acuerdan.
Yo recuerdo una puesta de sol. Debió ser uno de esos primeros quince días en agosto 1970 de adaptación, de pasar de la clase de paisano a capullo, corte de pelo, correr para todo, sobrevivir luego en la vorágine y ritmo de la Escuela Naval, a tope de gente, al ritmo de Las Corsarias. Estaba con varios de mis desconocidos nuevos compañeros, debajo de la cofa, sentados en un banco, supongo que agotados y antes de la cena. La Escuela vacía, silenciosa. Anunciaron señales a la bandera. Se aproximó el corto pelotón de Infantería de Marina para el ceremonial del arriado, los buques de la Flotilla Afecta seguían aguas al ceremonial en sus popas. Nos pusimos de pie. Recuerdo que uno de nosotros, el más caracterizado, Inda, tomó la iniciativa. El corneta cumplió sus cometidos. Presente. Himno Nacional. Nosotros saludando. Y alguien, no se si el más moderno, el más amable o el más dotado de conocimientos, al finalizar, dio las buenas noches. El sol ya se ocultaba a la salida de la ría, por su azimuth como debe ser. Nos quedamos en silencio cada uno a sus cosas. Hasta que el más pragmático nos sugirió ir a cenar porque la vida continua, hasta el final. Ahora que lo pienso quizá ya habíamos cenado y tocaba intentar dormir agotados, que más da. Lo esencial queda.
Bonitos recuerdos. Fernando. U tuvyvypo viéndolos en la distancia, pero con la misma emoción quectodos
ResponderEliminarBonita reflexión Fernando, lástima que no hayas podido venir a recodar esas vivencias. Te echamos de menos. Un fuerte abrazo.
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