En el día de la madre.

Un ciego vidente me vendió un cupón para el sorteo extraordinario de la ONCE, el cual pregona, a sus amistades íntimas,  es imposible que toque. Además me dió una clase teórica de genética, aunque lo del ADN le costaba, y pronosticó qué en breve viviríamos 200 años.

Probablemente y se nos van a hacer muy largos, como no mejoremos.

Queremos vivir mucho, no morirnos nunca, ser eternos, que nuestras facultades no se deterioren, pero cada vez nos hacemos menos preguntas. 

No somos más doctos, ni mejor educados, ni mejoramos nuestro gusto; no nos cultivamos ni perseguimos la esencia del ser humano y las cosas; no escuchamos ni leemos a los pocos sabios que en el mundo han sido, sin embargo queremos vivir mucho más.

¿Qué es vivir?

Alguien de cierta edad, más de 80 años, me contaba que llega un momento que no sirves para nada y quería sugerir que era mejor dejar de existir. Vamos, en roman paladino, que cuando estás cansado de vivir que te mueras.

Le pregunté cómo decía eso con sus creencias, ya que se considera persona muy católica, apostólica e incluso romana, sin ser de allí. Qué pasaba con el plan divino.

Varios son los factores que le llevan a expresarse de esa guisa. La soledad, falta de compañía de familiares o amigos; la pérdida de facultades (sin padecer ninguna enfermedad grave excepto depresiones recurrentes) y probablemente como ha vivido su vida pasada. Su quehacer diario no tiene sentido, se aburre. 

¿Qué hacía antes?

No lo sé con exactitud, pero cuando hablas con personas mayores que has conocido en su plenitud, observas que cambiamos muy poco en el fondo. Si no hay enfermedad traumática, o deterioro  brutal, el ser humano sigue siendo el mismo. Menos oído, menos vista, más sopitas, (del sexo no entiendo); pero esencialmente ves el mismo brillo en sus ojos.

Me hace pensar que el carpe diem es cierto, que hay que vivir ahora porque al final somos lo que sembramos.
Ahora bien, las mamás deberían ser eternas, intocables.