Erase una vez un país dividido, en un continente muy dividido. 18 de julio 1936.
En ese continente pugnaban dos ideas, ambas totalitaristas; una prevaleció en la URSS durante más de setenta años, la otra triunfó en algunas naciones importantes con matices diversos; sobre todo en Alemania, su versión más agresiva, arrastró a luchar unos contra otros y tuvo mucho que ver el escenario que dejó la Gran Guerra de 1914-1918 a su finalización con un Tratado que no arreglaba casi nada.
En ese país llamado España, también se acumulaban muchos problemas, ya heredados del siglo XIX y agravados en los primeros treinta años del XX. Al final había que decantarse pro un bando u otro.
Hace ochenta años, en algunos lugares algún día antes, se produjo una sublevación encabezada por gente de uniforme militar, que supuso una guerra, no muy civilizada, de tres duros años.
¿Se solucionaron los problemas, la causa fundamental? No lo parece.
En la vieja y civilizada Europa hubo más muertos y algo se solucionó. Eso que yo bauticé como la Desunión Europea, esta ahí, sumida en la corruptela moral/impotencia/placidez del funcionario de Bruxelles, pero no se producen tiros. No hay sublevaciones, la gente no se mata, dividida en dos bandos antagónicos.
Una de mis curiosidades de siempre fue preguntar, pasado el tiempo, a algunos que conocí y combatieron en esa guerra del 36, si sabían porqué lo habían hecho y si valía la pena.
La mayoría se mantenían en sus trece.
El ser humano es testarudo y le cuesta reconocer que se ha equivocado, sobre todo cuando tocaba a algo sagrado y vital de su existencia.
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