He vuelto a ver dos veces La Diligencia, Stagecoach, si dos veces en dos días, lo confieso. Además después de comer, cuando lo más normal es dar una cabezada por mucho que el mismísimo Ford aparezca en persona. No se asusten, no es nada comparado con las 40 veces que al parecer la vió Orson Welles, con varios diferentes colaboradores, antes de empezar a rodar Citizen Kane. Es curioso porque es simplemente una película del Oeste, un Western, o como mucho el Western, ya saben que un cuento de Guy de Maupassant sirvió de inspiración, así que hay una historia detrás y luego mucha acción del último tercio del XIX, allá el en desierto lejano y con indios. Por supuesto me llamó de nuevo la atención la música, la cinematografía, las escenas en Monument Valley, los indios navajos haciendo de los apaches- o de la tribu que hiciese falta en cualquier película- de Geronimo, la caballería, los actores, la bella/buen corazón prostituta, los prejuicios sociales, el doctor borracho, los especialistas que empezaban a ser fundamentales/famosos, incluso el protagonista Ringo Kid, que no me lo parece tanto, y todos y cada uno de sus planos, esos que Ford llevaba en su cabeza. He llegado a una triste conclusión: nunca he sido capaz de retener una historia entera, con sus detalles, en mi cabeza, y quizá ahí reside la diferencia entre una persona vulgar o normal y un tipo como Ford.
Lo curioso es que siento que casi todos contamos siempre la misma historia y nos interesan nada más aquellos aspectos que dan vueltas permanentemente en nuestra cabeza, las obsesiones. No hace falta estar loco ni creerse que sólo pensamos en una cosa, pero si es cierto que tenemos nuestras obsesiones o quizá asuntos pendientes. Quizá nacen al principio, cuando somos niños, por algo que vemos, nos hacen, percibimos o soñamos y buscamos ese ideal siempre. Luego lo ocultamos con películas, libros, historias, cuadros, esculturas o conversaciones, con alcohol o drogas, tabaco o fútbol. Quizá eso es vivir.
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