Llegó el calor a Madrid, sus +35 y esas cosas. Entramos en el final de la fase de grupos de un mundial de poca calidad hasta el momento, cierta igualdad, mal juego de los favoritos y el peso dramático de lo físico. El aprendizaje de cualquiera que se dedica a esto da sus frutos, les enseñan a colocarse, apoyarse y defender. Unos llegan más cargados que otros y dentro de una semana comenzarán los cruces y lo definitivo, la categoría del rival da el justo valor al juego propio. Me acordaba de todo esto mientras disfrutaba de piscina ajena, barbacoa ajena y hamaca ajena, aprovechándome de la generosidad ajena. En la televisión ponían un partido que no se cual era entre equipos que no creo ganen el trofeo, uno de ellos Inglaterra. claro que tampoco pensé que ganasen el mundial del 66, visto en unas terrazas del puerto de Ibiza, con interrupciones por las antenas, donde también vi más tarde la llegada del hombre a la luna, en árabe, conectando con señal de Argelia. hemos mejorado en esta España de hoy. Allí el 1-0 polémico, sin VAR, ante Argentina fue un turning point. El calor seco de Madrid me empezaba a afectar el cerebro. Entre partidos de tele se juega en la Play para distraerse. Ya no disfrutamos tanto de las piscinas porque no es un bien escaso e Ibiza, mi querida isla, es un amasijo de turistas, locales, forasteros que no hablan ibicenco, mucho hortera o futbolistas que no juegan el mundial y los hippies de verdad no han vuelto de Vietnam. Sólo el cloro que pica en mis ojos me despierta. Oigo hablar de Rusia de como se vive en Moscú hoy, me acuerdo de mi viaje a la URSS de tres semanas con el camarada Breshnev, Leónidas para más señas, y la constatación de un fracaso totalitarista ponderado como paraíso por muchos perdedores. Y voy y me tomo un vodka que acaban de traer de esa Rusia de Putin, mundial y fútbol por ver. Queda el calor, la sequedad, los olores, los chorizos de la barbacoa y las ganas de no rendirse.
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