Hay palabras que casi siempre tienen mal sentido, una de ellas es manipulación. Desconozco si se puede manipular en un buen sentido, hay quién dirá que la religión también manipula. Existen variantes como la manipulación mental o la emocional, algunas muy peligrosas.
Esta reflexión me ha venido al leer que en el Reino Unido una persona, de 52 años, ha sido condenado a prisión de por vida (será que esto es posible allí) por cosas que ha hecho muy malas. Las instituciones implicadas reconocen que se han equivocado con el individuo y que ha quedado demostrado que es una persona que manipula a los demás, sin importarle edad, sexo o condición, aunque siempre se concentra en los más débiles.
Nunca me ha gustado eso de ser manipulado, incluso ni que me lleven por un sitio sin entender bien a donde voy o las razones. En ocasiones no es fácil demostrar la manipulación.
Los totalitarismos son un buen ejemplo de manipulación. Siempre pensé que uno de los mayores éxitos de los manipuladores ha sido el comunismo, verdadera manipulación de masas. No lo digo por el triunfo de la revolución de los soviets, con todas sus consecuencias, ramificaciones o imitaciones, lo digo porque después de todos los desastres que causó se ha ido de rositas. Su gran alter ego durante el siglo XX fue el nazismo (gran manipulador de masas), pero prácticamente se redujo a Alemania, aunque puso en jaque a las democracias, y algunos interesados durante su fase de conquista. Los soviets ganaron la batalla de la propaganda mientras se expandían en la Guerra Fría y la batalla después de desaparecer y fracasar la Unión Soviética. Sus muertos triplican a los del Holocausto, entre purgas de Stalin y otras hierbas y quieren parecer que nunca hicieron nada, que no tuvieron intervención en resolver la convivencia entre españoles.
Cuando contemplas la situación en Cataluña, ya hace muchos años, palpas la manipulación que pretende modificar hasta la Historia.
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