jueves, 31 de marzo de 2022

La quinta del sordo.


Los nombre tienen un orígen, etimología, una razón, un significado, que digan algo, en mi aberración confieso que a las personas, las cuales realmente me dicen algo, me gusta llamarles de forma única, la masa no me gusta nada. Paseo por la zona Oeste de Madrid, el parque, del mismo nombre, las terrazas, Rosales; veo la Paloma en la Latina, verbenas, las Vistillas que le gustaba a una de mis abuelas con esa casa entrañable pegada a san Francisco el Grande que me parecía el Vaticano,  luego constaté que la basílica de san Pedro era mucho más grande; la  para mí Estación del Norte, siempre me gustaron los trenes de humo; el puente de los Franceses, casa Mingo. Llego a las dos ermitas de San Antonio de la Florida, al finalizar el siglo XVIII el genio de Fuendetodos  pintó los frescos, luego en el XX construyeron otra gemela; de su estancia en Roma quizá conocía la capilla Sixtina. Me acordé que ya nadie se llama Paco, Juanito o Manolo, cuando los nombres eran los del santo del día, yo me hubiese llamado Celestino, Prudencio o Filarete, entre otros ilustres; algunos me parecían geniales, marcaban al personaje, le humanizaban, un individuo; conocí un don Eutiquio, don Severino, don Práxedes o los nombres por el santo del pueblo o la tradición de los abuelos, antepasados, ya no hay Pacos ¿qué pensaría Paco Goya ? ¿Dónde están los genios de hoy? Seguramente lo entendería dedicado a pintar, lo esencial para él.

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