miércoles, 30 de agosto de 2023
98.
Hubo un sacerdote en el colegio, última parte de mi bachillerato, que dió un impulso a muchas actividades, construyó una cancha de baloncesto donde jugaba el Madrid del primer Corbalán, cancha cubierta, madera buena, ¡encontró patrocinadores!. Hablo de finales de los sesenta que uno no sabía lo de los patrocinadores. Le preocupaba que me gustasen las discotecas. Era un lector empedernido, estudioso, varias carreras, además de las relacionadas con temas sacerdotales. A los pocos años de irme del cole dejó el sacerdocio y se hizo seglar, cambió su vida totalmente. Me enseñó a gustar de Valle Inclán, cosa nada complicada, y para él sobre todo existía Unamuno. Don Miguel, intelectual, creo que honesto, usaba el castellano y otras lenguas con una precisión, conocimiento del lenguaje, que nos hacia tontos ignorantes al resto. El filósofo Unamuno, el hombre, tenía varios ensayos que giraban sobre la fe, su fe, el sentimiento de la vida, el destino del hombre, la inmortalidad, la trascendencia y la convivencia con este mundo que nos acoge. Le costaba compaginar la necesidad de la existencia de algo superior y la realidad del primer tercio del XX junto a la España posterior al 98. No puedo decir que un hombre de su categoría se hiciese un lío, si puedo decir que luchaba contra sus limitaciones y dudas, lo cual es bastante humano.Un individuo de su nivel dejó muchas frases como" Y si creo en Dios, o por lo menos creo creer en Él, es, ante todo,
porque quiero que Dios exista, y después porque se me revela por vía
cordial… Y me pasaré la vida luchando con el misterio»". Interesante ¿no?
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