lunes, 22 de julio de 2013

El laberinto de la mediocridad.

Los objetivos, tener claro los objetivos, en cualquier actividad. En algunas resulta diáfano y nítido. En las elecciones, a algo, el objetivo es ganar, ¿para qué? ¿para hacer qué? Eso no parece fundamental.
En un campeonato de fútbol el objetivo es ganar, ¿para qué? Hay que ser el campeón, nadie recuerda al segundo. Lo único importante es ganar.
En la vida cotidiana, normal, los objetivos son más difíciles de definir.
Luego está el carácter de cada uno ¿cómo ganar? ¿a cualquier precio? ¿produce tal satisfacción el hecho en sí de ganar? Ganar un Oscar, un Premio Nobel, lo máximo.
¿Qué es lo importante?
Recuerdo un hombre de negocios español, con dinero, fué nombrado ministro de Exteriores y dijo: "he llegado al culmen de mi carrera política" ¿Cual? ¿ ser ministro? ¿para hacer qué? Lo encontré tan sumamente patético que pensé, que debería ser cesado inmediatamente. Claro que el presidente pensaba que el verdadero ministro de Exteriores era él y le debía seguramente favores. No se había enterado de nada, a su edad y con tanto dinero.
Y es que el trasiego y devolución de favores, tapar bocas o conseguir apoyos se convierte en el objetivo. Aquí de servir no habla casi nadie y menos lo cumple.
No se pueden decir esas cosas a ciertas edades; es muy sintomático. 
Y así tantos y tantos, con objetivos pequeños, mezquinos, ridículos, no con el simple objetivo de servir de algo.
"Vanitas vanitatum sed omnia vanitas"
La verdad es que el ganador del Oscar, el auténtico, es el que hace un buen servicio todo el día y cada uno de los días.
Los que tiene claro sus objetivos son los malos y por eso son tan útiles. Al menos sabes lo que hay que hacer con ellos y se convierten en objetivo. El éxito no es el principal objetivo.
Apuntaba A. Einstein "la razón más importante para trabajar en la escuela y en la vida es el placer de trabajar, el placer de su resultado y el conocimiento del valor del resultado para la comunidad"
¿Por qué no escuchamos  a los sabios?


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