domingo, 26 de enero de 2014

Hitler y Groucho Marx.

Si pudiese asistir a una cena con personajes de la Historia, ya fallecidos, no sabría a quienes elegir. Si preguntase a la gente, las reacciones serían muy variopintas, y la primera respuesta muy diferente a una respuesta meditada. Claro que habría que resolver el problema del idioma para entendernos y que hubiese fluídez, porque se trata de pasar un momento agradable.
Tuve un sueño sobre este asunto. En él, invitaba a tres individuos y yo podía ser testigo mudo e invisible del acto. Los tres se entenderían perfectamente, sin intérpretes y la edad de los personajes en el momento de la cena era una sorpresa y  ¿ serían tal cual eran en vida a esa edad o habrían aprendido algo, después de muertos?
En mi primera elección de personajes, la terna es chocante. Uno hablaba inglés-americano, el otro alemán y el tercero arameo. Dos de ellos vivieron la misma época y tenían casi la misma edad. Uno un cómico, Julius Henry Marx, judío, inteligente, mordaz, amante de la vida, de la música y de las mujeres. Se dedicó fundamentalmente al cine, porque le daba dinero pero lo que más le gustaba era hacer lo mismo con compañías agradables, tenía su lado oscuro y era buen observador; escribió sobre su forma de ver a las personas, entender la vida y comportarse, vendría con su edad en 1933, 43 años. El segundo fué un político, Adolf Hitler, vegetariano, misántropo, obsesionado, fracasó en su vida civil, fundó un partido, recompuso a una nación y provocó, con ayudas, la tragedia más trascendental de la historia del ser humano, asistiría  con la edad de 45 años, en su plenitud de 1993. También escribió con anterioridad sobre lo que pensaba hacer, pero no le tomaron en serio ¿ Qué preguntas se harían? ¿Se darían la mano? ¿Se entenderían?
El tercero nació en Belén y a última hora alguien me advirtió que no podría venir a la cena porque estaba vivo ya que resucitó y era Hijo de Dios, detalle crucial, una pena. Yo, no obstante, permanecía expectante en las sombras. Apareció el pequeño hombre del bigote extraño, muy puntual, muy serio, sin parafernalia, relajado y con gran confianza, acababan de nombrarle Fuhrer, al parecer. Se empezó a impacientar por la tardanza de los otros.
De pronto apareció Groucho fumando, los dos llevaban bigote aunque diferentes. El del bigote real puso mala cara porque estaba prohibido fumar delante de él. Groucho se paró, echándole el humo, y dijo: "Disculpe si le llamo caballero, pero es que no le conozco muy bien". Y me desperté.

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