viernes, 7 de abril de 2023

En el Monte de los Olivos.

Ayer fue Jueves Santo, al menos en el mundo cristiano; el Monte de los Olivos, su paz, su vista de la Ciudad Sagrada guarda muchos secretos en medio del silencio de alguno milenario. Reconozco que es un día de pensar en lo que pasó, que me gusta imaginarmelo, todo imaginación, qué hubiese hecho de estar allí, quién sería qué sería, cómo me comportaría. No tenemos demasiada información. Los cuatro Evangelios son las fuentes fundamentales y desde luego no se pueden tomar al pie de la letra. Ya ha habido muchos estudiosos que han tratado de analizar sólo datos que se puedan contrastar y esos hay muy pocos. Lo escrito que no ha llegado es cuanto menos interpretativo. El resto de papiros, el más antiguo es de mediado del siglo II, son fragmentos del Evangelio de S Juan y luego cartas de Pablo de Tarso. De Pablo hay 13 cartas, algunas se le atribuyen directamente a él, otras puede que las copiase un secretario. Pablo es un personaje único, fantástico, elegido directamente a dedo, señalado; un hombre con cualidades humanas extraordinarias, defectos, hecho para el momento que le toco vivir. Empezó de judío probablemente fariseo, culto, buenos maestros, Gamaliel nada menos, perseguidor de esa secta reciente llamada cristianos. Luego ocurre lo de Damasco y se entrega en cuerpo y alma a aquel que le tiró del caballo, su entrega estuvo llena de momentos decisivos muchos en la mar. No le conoció en vida, no fue apóstol elegido. Para mi su mensaje principal es que Aquel Jesús de Nazareth murió en una cruz en Jerusalen por todos los seres humanos y resucitó al tercer día, es decir era Dios. Nunca se dijo tanto en tan pocas palabras.

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