lunes, 30 de noviembre de 2015

Semáforo en rojo.

No me cabe duda que la cuestión del cambio climático es seria, muy seria. 
No se si estamos al borde el abismo, si nos caemos o si ya viajamos en el aire, pero me parece que las desigualdades, los errores del pasado y la situación del presente componen la tormenta perfecta. 
Quizás si se descubriese una nueva energía para todos el problema sería manejable.
Mientras la vida medio continúa; vuelvo del gimnasio, cruzo un semáforo en una zona céntrica, amplia. En ese paso de peatones, camino de casa, siempre hay alguien pidiendo a los coches; suelen ser malabaristas, lanzadores al aire de bolos, actores representando, limpiadores-ensuciadores de parabrisas, o simplemente gente que pide.
La vía de circulación es amplia, se tarda en cruzar, el semáforo se pone rojo para los coches en un sentido antes que en el otro. Voy de pantalón corto, de deportes, llevo una toalla y bolsa, sigo sudando aunque hace frío. El hombre que pide una limosna a los coches me pide un cigarrillo con gestos.Le hago uno como que voy desnudo que no llevo nada encima.
El hombre se conforma, está acostumbrado. Habla español con dificultad. 
Mi primera reacción mientras cruzo es darle vueltas al asunto. Lógicamente no tiene nada que perder, le importa un bledo si hago o no deporte, de donde vengo, él quiere un pitillo. Lleva un cartel diciendo al mundo con muchas faltas de ortografía que tiene hijos, hambre y nada que darles; no le importa si el tabaco mata, no es una prioridad no morirse. 
Luego leo que una señora ha aparecido muerta, sin señales de violencia, en su casa y llevaba así cinco años. Nadie la había echado de menos. Igual que al señor del semáforo, o al cambio climático porque no vemos lo que tenemos delante de las narices.
Me temo que siempre fue así.

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