lunes, 12 de septiembre de 2016

Cara a cara con una realidad.

Estuve en un tanatorio, en una mañana soleada; un lugar con pocas salas y periódicos en la cafetería. Allí vi los titulares del día después de la Diada  ¿Cómo va a acabar este esperpento? 
Voy a ver por enésima vez "La Escopeta Nacional",  de Don Luis, porque allí los personajes catalanes, el industrial y su ligue-secretaria, son geniales, no tan tristes ni patéticos como los políticos independentistas.
Iba a dar el pésame a los familiares de un amigo con quién siempre traté de razonar, a expresar mi pesar a unas personas que en realidad no conozco bien (cada vez pienso que conozco menos a los que conozco ). 
Se trataba de un hombre, dotado intelectualmente, de paz, sometido a sus demonios y espero que ayudado por sus ángeles. Siempre intentó pensar en el ser humano, y amaba más un mundo que ya no existe. Quería ser integro y justo con su conciencia. Amaba "El Quijote".
En la puerta, con su nombre, había una frase rutinaria en la etiqueta: Hora de Salida.
Me quedé pensativo. 
Se refería, obviamente, a la hora de abandonar su cuerpo sin vida el tanatorio, en este caso para ser incinerado; la hora de dejar la sala para que la ocupe otro difunto y así sucesivamente. Pero mi calenturienta imaginación se fue por otros derroteros, en medio de esas conversaciones tan banales, inevitables o necesarias, que no llevan a nada o conducen a ninguna parte, donde a lo mejor no se está tan mal. 
Me preguntaba no sobre la salida en sí, sino sobre el destino de mi amigo. El pensaba, creía, que no había nada, que todo se acababa aquí, en lo que vemos en los hospitales, camas, accidentes o en el mismo tanatorio. Es decir su salida es solamente una salida de un féretro hacia un fuego de gran poder destructivo.
 ¿Y su alma, aquella con la que yo comunicaba?
Te vas con tus respuestas a seguir viviendo sin imaginarte el tanatorio en que acabarás y la hora de salida.

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