miércoles, 21 de septiembre de 2016

Una bala perdida.

Ya desde niño me impresionaban las películas, donde una unidad de soldados marchaban contra el enemigo, todos juntos agrupados; entonces las escenas no eran tan reales o duras como ahora. Se ha mejorado mucho en crueldad o realismo, depende como se vea. Casi todo se dejaba a la imaginación.
Las imágenes, la realidad, de pronto todo se mezcla y cuesta distinguir. Claro que si distingues a Bratt Pitt perseguido por Angelina, con una cuchillo carnicero, te das cuenta que es un set, están rodando y eso es Hollywood.
En mis pesadillas primero fueron las de romanos. Allí inventaban técnicas brillantes, como la tortuga, y tenía todo un poco más de sentido.
En la larga edad Media, los mandobles contra los sarracenos, y las lanzas, hacían que el cuerpo a cuerpo fuese el momento final. Alguna catapulta podía propinarte una pedrada exagerada, aunque para morir con poco basta, a veces.
Cuando llegan las armas de fuego los arcabuces y posteriores sofisticaciones, es cuando me vi en apuros.
Ser un mosquetero estaba bien, pero si ibas por los tejados con tu espada, no el verdadero combate del mosquetero en el frente, donde D' Artagnan cumplía; los mosqueteros parecían gente de Corte, staff, enchufados. 
Las tácticas del XVII, y posteriores, implicaban una formación cerrada de hombres, con el oficial a la cabeza, andando en busca de otros hombres que les esperaban. Llovían las balas, todo dependía de la fortuna, de saber si ese proyectil llevaba tu nombre, el de una de tus extremidades o el de un compañero. El cañón, la gran artillería, el carro de combate, el misil..., cambió casi todo.
Supongo que se sentía miedo, mucho miedo, y había que seguir, porque si no, el tiro te llegaba desde tus propias filas. En el fondo es como los drones de ahora, que nunca sabes cuando van a disparar.
Las preguntas son las mismas  ¿Qué demonios hago aquí?  ¿Cómo me he metido en esto?

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