Hubo una vez, una discoteca en Madrid, también en Barcelona, llamada Bocaccio, tuvo su época, buen ambiente, todas las discotecas eran efímeras con un pico, un momento donde todos iban, de algo cool como dicen los de ahora o los yankees de toda la vida. Recuerdo también la primera vez que leí el Decameron, chico joven, mejor decir adolescente, en busca de buena literatura, recomendada entonces, medio prohibida por mis profesores, en busca de erotismo que no se veía por ningún lado en aquella tierra nuestra, la obra de Bocaccio era corta, fácil lectura, al fin y al cabo sólo cuentos, unos cuentos. Luego llegó la película de Pasolini, fiel a la historia, llena de esa estética medieval, conocimientos culturales, detalles artísticos, del genial director que plasmó en su famosa trilogía, El escándalo que trataban de evitarme se mostraba cuando los clérigos, monjes, vida en los monasterios, obispos, reflejados en la obra no daban el ejemplo que se espera, no se respetaba mucho en aquellos cuentos. Nada de Edad Media, siglo XXI, Cataluña, confieso, o me confieso, que lo que vaya a hacer el ex obispo de Solsona con su vida me importa un pimiento, sus inquietudes sexuales, picazón, tampoco, me acuerdo del chiste catalán de las virguerías de su señora con otro en la cama no me interesa; ni las razones que le impiden llevar con dignidad, ejemplo, su celibato voluntario. A mi lo que me tocaba las narices era la cuestión del apoyo al independentismo de este hombre de la Iglesia que había llegado lejos con cierta juventud.
domingo, 5 de septiembre de 2021
El Decameron.
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