Un obrero, sencillo trabajador, del Atletico de Madrid, cabreado por la situación, que no para de hablar, simpático, vendedor de aire, me afirma seguro, mientras me presta sus servicios :
-Ya lo dijo Quevedo... en el Lazarillo de Tormes.
Le corrijo que no es de Quevedo la obra clásica. Me replica:
-Bueno de Calderon de la Barca.
Y ya, por dejar bien a mi antiguo profesor de literatuta, le confieso que es anónimo.
-Exacto- me contesta rapido y sin dudar- ¡ De Anónimo Guzmán!
No importa. En la segunda parte de la conversación me confirma que tiene muy claro quién es el Lazarilllo de Tormes.
No nos quedemos con los que citan sin saber; vayamos, como este hombre a la esencia. Algo tan poco español esto de la esencia.
Según este Séneca del pueblo, el Lazarillo es el ídolo de los españoles. Se conspira contra el que trabaja y hace su labor, se vive de las amistades, de los conocidos, de la superficialidad. Se murmura del que cumple, del honesto, del que dice su verdad con el corazón. No se premia la eficacia, se ponderan otras facetas. El modelo es el que roba, si puede ser con gracia. Se entiende, se disculpa, se pone uno en su lugar y se valora la extrema habilidad para desenvolverrse en este mundo cruel e injusto. No menciona a políticos.
Aquel hombre hablaba, pero no estaba enfadado. Incluso no pensaba que su Atlético ganase la final de Copa; decía que sus dirigentes eran peor que los del Madrid.
Estaba resignado y tranquilo. Lo veía con cierta fatalidad, constancia en su sabiduría de que somos así.Yo creo que aún conserva esperanzas.
Le dije, acorralado, que alguna vez fuímos grandes.
Me replicó que si, pero que tenemos que controlarnos.
A veces lleva uno el coche a revisión y pasan estas cosas.
No se me enfaden
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